domingo, 11 de marzo de 2012

El profesor-arbitrista (II): Universidad a tutiplén

La semana pasada estuvimos hablando de los desajustes que produce el sistema actual de tasas universitarias. Hoy volveremos a dedicarle un ratito al arbitrismo universitario, para abordar el problema quizá más peliagudo de todos los que afectan a la universidad española: el exceso de capacidad. Parece que este tema recibirá próximamente alguna atención por parte de nuestro gobierno, tal como sugiere este artículo recientemente publicado en ABC.

Efectivamente: con todo el dolor de mi corazón reconozco que en España se ha producido una proliferación excesiva de universidades. Reconozco asimismo que, incluso limitándonos a las que no sobran, existe un cierto exceso de capacidad, en general, y un desajuste entre la oferta y la demanda, en particular. Creo también que la sobrecapacidad es menor de lo que parece y que no es un problema inmanejable.

Proliferación de universidades

Empecemos hablando de números. Actualmente hay en España 75 universidades, de las que 52 son públicas y 23 privadas. En algunos casos  - como los de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo o la UNED -  se trata de entidades orientadas a fines específicos, pero en su mayoría se trata de instituciones académicas comunes, con profesores, alumnos y aulas. El listado completo de instituciones puede consultarse en este enlace. En la figura de abajo les muestro su distribución geográfica. No sé a ustedes, pero a mí esta imagen me resulta impactante.


Parte de la llamativa dimensión de nuestra Universidad se debe al ciclo demográfico conocido como baby boom que, en nuestro país, tuvo lugar entre finales de los 50 y mediados de los 70. El crecimiento demográfico, junto con la valoración social que los estudios superiores han tenido en España, dio lugar a una demanda muy elevada de plazas universitarias.

A finales del siglo pasado y principios de éste tuvo lugar una segunda eclosión universitaria cuyo origen está, en mi muy discutible opinión, en la política: crear universidades en el entorno de municipios que nunca las habían tenido era una forma excelente de asegurar victorias electorales. No sólo eso, sino que el correspondiente proceso de recalificación, revalorización y urbanización supuso un fantástico negocio para los municipios agraciados. Directamente, a través de los ingresos que generaban las recalificaciones y licencias de construcción consiguientes. Indirectamente también, ya que el aumento de la población y la creación de empleo resultante revertía de distintas formas en el Ayuntamiento.

Una vez descubierto el filón, la máquina de crear universidades se puso en marcha y se desarrollaron distintas formas de potenciarla. Por ejemplo, para que cada nueva universidad diera más de sí, era habitual dividirla en distintos campus incluso desde la fase de proyecto. Para que se hagan una idea: conocí una nueva universidad que, en un momento dado, tenía cinco campus y ningún alumno. Por poner este dato en perspectiva, mi querida Complutense, que es una de las mayores universidades del mundo, tiene dos campus.

Por otra parte, la proliferación universitaria afectó también a las universidades privadas. Desde tiempos inmemoriales estas instituciones se encontraban en un limbo legal, que dificultaba su desarrollo fuera del manto protector que el Concordato prestaba a las Universidades Católicas. La Ley de Reforma Universitaria de 1983 supuso la primera regulación digna de tal nombre que recibió la universidad privada, le dio carta de naturaleza y sentó las bases para su expansión. Por ello, los municipios que no podían conseguir un campus de la universidad pública se conformaban con el segundo premio: una universidad privada. Y para desarrollarla seguían el mismo esquema anteriormente comentado: un plan urbanístico, recalificaciones, licencias…

Desajuste entre oferta y demanda

Por otra parte, la oferta actual de estudios universitarios está desajustada porque muchos estudios de Grado basados en carreras de gran tradición tienen, hoy día, muy poca demanda.

En este caso estamos hablando de un cambio en las preferencias sociales, inducido por el mercado laboral. En mi generación elegíamos la carrera que más nos gustaba. Si no lo teníamos claro, nos íbamos a las opciones por defecto: Económicas, como en mi caso, o Derecho, como hicieron muchos otros.

El contexto ha cambiado. Las generaciones modernas son más conscientes de que, una vez terminados los estudios, habrá que ponerse a trabajar, idealmente en algo relacionado con lo que uno estudió. Esto ha dado lugar a una reestructuración drástica de la demanda que yo resumiría en los siguientes términos. Están saturadas las facultades que ofrecen estudios de Ciencias de la Salud, Ciencias Sociales y Jurídicas y algunos grados técnicos, como Informática. Las facultades de Ciencias y Humanidades, en cambio, están tristemente vacías.

Siendo éste el panorama en los estudios de Grado, en Postgrado es más confuso aún. Hay estudios con poca demanda en el nivel de grado, que podrían tener sin embargo un importante futuro en el nuevo mundo post-Bolonia. Sin embargo las tendencias aún no se han asentado lo suficiente como para que me atreva a decir mucho acerca de ellos.

El redimensionamiento de la Universidad

Y todo lo anterior nos lleva a las grandes preguntas: ¿Cuál es la dimensión correcta de la Universidad Española? ¿Cómo podemos reestructurarla para conseguir una Universidad más dinámica y eficiente?

Lo primero que conviene tener en cuenta es que a veces se reduce la universidad a “el sitio en donde la gente hace una carrera” y nuestro trabajo a “dar clases”. O no hemos sabido enseñarnos, o no han sabido conocernos, pero lo cierto es que la Universidad es mucho más que esto. En principio, tiene tres misiones: La primera, preservar y transmitir el conocimiento. La segunda, aumentarlo, mediante la investigación. La tercera, capacitar para el empleo, a través de los programas de grado y postgrado profesional. Si se midiera la capacidad necesaria teniendo en cuenta exclusivamente la última misión, se obtendría como resultado un exceso de oferta brutal. Una visión más equilibrada proporcionará un resultado bien distinto.

La primera clave para abordar esta situación consiste en definir políticas distintas por áreas de conocimiento. En cada área la problemática es distinta y existen recursos diferentes para afrontarla. Formar paneles de paneles de expertos independientes que estudien la situación por áreas y propongan programas de acción específicos podría ser un primer paso razonable para abordar el problema.

La segunda clave consiste en impulsar estas políticas diferenciadas desde fuera de la Universidad. El mundo universitario es muy igualitario y un equipo rectoral nunca podrá imponer un programa de acción diferenciada sin este apoyo externo. La autonomía universitaria hace imposible imponer ejecutivamente estos programas pero me parece posible consensuarlos como objetivos en los contratos-programa, esto es, los programas plurianuales mediante los que las comunidades aportan fondos para financiar a las universidades. Al final del día, quien paga las facturas tiene mucho que decir acerca de cómo se invierte el dinero.

Por otra parte, los instrumentos para llevar a cabo estas políticas no son escasos.

Como decía en el post previo, la primera medida de racionalización universitaria debería ser revisar las tasas: frente a un problema de asignación de recursos lo primero que debe cuestionarse son los precios de las cosas y los incentivos que generan. De esto ya hablamos lo suficiente la semana pasada. Pasemos a otro tema.

En segundo lugar, me parece importante reforzar la apertura internacional de nuestra Universidad, tanto para acoger estudiantes de otros países, como para capacitar a los nuestros para trabajar en el extranjero. Aumentar la oferta de idiomas modernos en la Universidad y las opciones para recibir formación en inglés son dos medidas claras en este sentido. Quizá a ustedes estas propuestas les suenen a ciencia ficción, pero les aseguro que no es así. Mi Facultad recibe cada vez más alumnos procedentes de países asiáticos. Este curso estoy dando clase en un grupo del Grado en Administración y Dirección de Empresas en donde la docencia se imparte íntegramente en inglés. Nuestra Universidad se está abriendo al exterior, pero necesitaríamos avanzar a un ritmo más rápido.

También convendría repensar las ofertas de Grado y Postgrado. Hay programas de Grado cuyo posible interés está dañado por una especialización excesiva, pero que pueden tener sentido en otro contexto. No me parece adecuado, por ejemplo, ofrecer un Grado en Filología Árabe. Sin embargo sería enormemente interesante ofrecer módulos de lengua árabe que pudieran cursarse en otros Grados afines y un conjunto de programas de postgrado centrados en la lengua, la política y la cultura de esta zona, con la que mantenemos tantos lazos culturales, geopolíticos y económicos.

Evidentemente, las propuestas anteriores quedarían cortas si no habláramos en algún momento de la reestructuración de las plantillas. Este post ya está quedando largo y se trata de un tema denso y complejo por lo que, si les parece, lo reservamos para una próxima entrada en esta serie.

Pronto volveremos a hablar, si ustedes quieren, de la Universidad y de otros temas. Hasta entonces les deseo mucha suerte, que es algo que siempre viene bien en tiempos tan difíciles como éstos.

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